El arpón de ochenta kilos le había atrapado por la tarde. Antes de dar cuatro monumentales tirones, el explosivo había reventado el lomo del animal. Sólo un cuarto de hora después, la ballena había muerto. El barco la había depositado ahí, junto al embarcadero de la factoría, sumergida bajo una gran boya al caer la noche.
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