Los últimos conflictos del siglo XX en los que se han visto involucrados países de nuestro entorno habían ayudado a crear una percepción equivocada sobre los conflictos del presente y del futuro. La superioridad tecnológica no será suficiente para batir a cualquier adversario con un número muy asumible de bajas. Diversos factores apoyan esta afirmación; primero, la gestión y resolución de conflictos es una actividad dinámica debido a los diferentes elementos que ejercen influencia sobre el Estado y sus relaciones con la sociedad, además del efecto, a veces impredecible, que tiene el empleo de los instrumentos de poder del Estado sobre un posible adversario en la gestión de conflictos. Además, no siempre se posee un correcto conocimiento y comprensión sobre los riesgos y amenazas y sobre la naturaleza y evolución de los conflictos. Conocerlo no asegurará la victoria, pero sin ello será difícil aplicar los instrumentos a disposición de la estrategia nacional, en particular, en escenarios de amenaza híbrida, con la sinergia y transversalidad adecuada. En este contexto, el poder aeroespacial constituye una herramienta de primer orden para la respuesta nacional, pues ofrece las capacidades militares necesarias para cubrir grandes distancias, sobrevivir, persistir y producir los efectos letales y no letales deseados, en base a sus atributos y fortalezas, en particular, su flexibilidad, versatilidad, agilidad, inmediatez y ubicuidad, así como a su gran potencia fuego y su capacidad de conectar.
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