¿Renunciar al silencioso instante de encantamiento y fascinación que produce la lectura de un buen poema en una clase de infantil o primaria? ¿Pensar que los niños y las niñas son todavía seres prácticos y simples, incompletos, que no pueden entender la hondura de la poesía? ¿Subestimar en estas edades la capacidad de sumergirse en poesías más largas y de vocabulario más complejo?
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