En la nueva Espala no hubo rebeliones agrarias de consideración, pero con la guerra de independencia detonó la violencia rural hasta alcanzar durante la Revolución mexicana una magnitud desconocida, no sólo en México sino en toda América Latina. Muchos de los movimientos reivindicativos los realizaron los pueblos indígenas, fuera para defender o recuperar sus tierras, preservar el acceso al agua y a los productos del bosque, mantener la autonomía, evitar la leva o atenuar la presión fiscal. Hicieron alianzas diversas, frecuentemente confrontados con un Estado desestructurado y falto de recursos, ligado con los hacendado y las oligarquías locales, abrumado además por los pronunciamientos militares y las intervenciones extranjeras. Pocas entidades federativas escaparon al conflicto, aunque en el centro y sur del país éste fue más reiterado. Ocasionalmente, las rebeliones se articularon con ideologías que dieron forma a las aspiraciones de los contingentes movilizados. Con la rebelión de los Pueblos Unidos en la Sierra Gorda (1879-1881) —intricada región donde colindan los estados de Querétano, San Luis Potosí, Guanajuato, Hidalgo y Tamaulipas—, el municipalismo emergió como la bandera de las luchas agrarias que llegaron a plantearse reconstruir la república a través de un sistema federativo en donde el municipio constituyera el núcleo básico de la organización política, reemplazar al ejército por el pueblo armado, mejorar la situación de trabajadores urbanos e indígenas, distribuir la tierra entre los campesinos despojados y acabar con los gobiernos hasta ese momento conocidos.
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