No se puede afirmar con rotundidad que San Pablo asistiera como espectador directo a los Juegos Ístmicos, pero sí sabemos que conocía perfectamente el mundo del atletismo griego de su época y utiliza en sus epístolas las metáforas deportivas y de los Juegos como recurso simbólico para comunicar a los destinatarios, familiarizados con las exigencias e imágenes de los estadios helenos, el mensaje cristiano. Para el apóstol, la vida era una larga carrera que tenía lugar en el mundo, tal y como el atleta corre en el estadio. El premio final no era una corona vegetal, sino la salvación.
En la Primera Carta de Pablo a los Corintios, encontramos el pasaje más largo y la referencia literaria más precisa sobre los Juegos Ístmicos. La gesta atlética trasciende al plano simbólico e intelectual del espíritu. El corredor que participa en los agones se convierte en el modelo de vida sacrificada y austera, inspirando a las primeras comunidades cristianas. El revuelo y la alegría de los espectadores que acuden a contemplar los Juegos proporcionan a San Pablo una ocasión única para crear una acertada alegoría de la vida ascética y de su premio
We cannot firmly affirm that St. Paul was a direct spectator of the Isthmian Games, but we do know that he was well acquainted with the Greek athletic world of his time and uses in his Epistles the metaphors of sports and games as a symbolic resource to communicate to the audience, close to the demands and images of the Hellenic stadiums, the Christian message.
For the Apostle, life was a long career that took place in the world, just as the athlete runs in the stadium. The final prize was not a vegetable crown, but Salvation.
In Paul’s First Letter to the Corinthians, we find the longest passage and the most accurate literary reference to the Isthmian Games. The athletic deed transcends the symbolic and intellectual plane of the spirit. The corridor that participates in the agones becomes the model of life sacrificed and austere, inspiring to the first Christian communities. The commotion and joy of spectators who come to contemplate the Games give St. Paul a unique opportunity to create a correct allegory of the ascetic life and its prize.
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