El poeta indio Tagore denunciaba en 1917: «El hombre moral, el hombre íntegro, está cediendo cada vez más espacio […] al hombre comercial, el hombre limitado a un solo fin. Este proceso […] causa el desequilibrio moral del hombre y oscurece su costado más humano bajo la sombra de una organización sin alma» (Nussbaum, 2010, p. 7). Cien años después, las palabras de Tagore son más actuales y acuciantes que nunca. El técnico, el científico y el empresario son hoy los señores del mercado (lo que, para muchos, es tanto como decir: los señores del mundo). La educación ha sido obligada a discurrir por el cauce estrecho de las «competencias», que la reducen a lo utilitario, lo lucrativo, lo pragmático. La cantidad se impone a la calidad; el hacer, al ser.
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