Desde comienzos del presente siglo afrontamos crisis que cuestionan el orden internacional que considerábamos asentado. El Estado ha dejado de tener el monopolio de la fuerza, pero por caótica que nos parezca la situación, no estamos asistiendo al fin de la civilización, sino a una transición entre un sistema que no termina de irse y otro que, aunque ya se divisa, no termina de llegar.
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