Los días 8 y 9 de enero una borrasca profunda, de nombre Filomena, vino acompañada de una gran nevada que se adueñó de Madrid. Nevó como no lo había hecho en décadas, y sólo cuando cesó nuestro estupor nos hicimos conscientes de las dos caras con que Filomena nos visitaba: la una, terrible, la de los quebrantos materiales causados en edificios, mobiliario urbano, coches, árboles y todo aquello que la nieve encontró a su paso. Y la otra, ésta ya mucho más amable, la de un Madrid vestido de blanco como nunca antes habíamos soñado. La Gatera de la Villa, de la mano de un puñado de excelentes fotógrafos, brinda aquí un recuerdo de esa segunda y bellísima cara.
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