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Miguel Rio Branco. La inversión de la pirámide

  • Autores: Paulo Sergio Duarte
  • Localización: Exit: imagen y cultura, ISSN 1577-2721, Nº. 2 (Mayo/Julio), 2001 (Ejemplar dedicado a: Sobre la piel), pág. 84
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • (...) Los personajes en el personaje No debemos olvidar que Miguel Rio Branco también es un cineasta, y un artista que trabaja con instalaciones, en las que el tiempo, la música y los sonidos constituyen las materias primas cruciales. En el trabajo fotográfico se instala un orden narrativo y una sintaxis. Pero no hay que considerar que el orden narrativo signifique un orden literario. La narrativa de Miguel incorpora distintos ritmos, síncopes e hipérboles de imágenes. En resumen, distintos tiempos. De esa experiencia deriva la capacidad de desdoblar los dramas y teatralizar las escenas cotidianas, sin ningún estereotipo de una representación manipulada.

      La piel será un nuevo personaje que envuelve al actor, un personaje que es suyo, que forma parte de él, pero que también actúa, que ocupa un lugar propio, y que veremos cómo se transforma. Compartiendo la escena, la epidermis cambia en el escenario, el terreno a través del cual van a desfilar otros personajes: las marcas del cuerpo. A partir de las fotos de Miguel, sería posible realizar una taxonomía de esas señales. Las que son accidentales, las voluntarias, las que se realizan con fines rituales, las que tienen carácter iniciático, aquellas que se ven desde lejos, las que son invisibles, es así; no importa en cual de las categorías se inscriban; todas ellas se manifiestan como una señal de identificación: participan de la identidad del personaje que, cuando las exhibe, les da vida.

      Si las miramos bajo un punto de vista puramente estético, o sea, un punto de vista formal, estableceremos interrelaciones entre los distintos tipos de marcas corporales, el sexo de los personajes, el color y la sombra. Nos daremos cuenta de que las marcas producidas por actos agresivos, se presentan más frecuentemente en los espacios interiores o nocturnos. Las marcas que constituyen obras de arte que envuelven el cuerpo y se destinan a la participación en ceremonias rituales, como es el caso de las pinturas de los indígenas, necesitan luz, mucha luz; son diurnas y podríamos imaginar que, cuando son captadas durante la noche, estarían alumbradas por una hoguera. Las mutilaciones debidas a los accidentes son asumidas por los personajes, pero jamás son objeto de exhibición. Ese juego de diferencias, esas relaciones en la construcción de las imágenes, el predominio de los tonos cálidos, todo esto contribuye a que el detalle autónomo de las marcas corporales se reintegre en la globalidad del todo, que es el cuerpo. A su vez, el cuerpo ocupa siempre un lugar, su condición social es explícita y su origen étnico se ve subrayado. Y así, de teatro en teatro, de drama en drama, se recupera la dinámica total, sobre un suelo único, que es la sociedad. Lo que importa es asimilar que jamás se hiere la dignidad de los personajes, y, aún en los momentos más tristes, la miseria no se confunde con un estado natural. Es este un resultado formal que acompaña la ética del trabajo. En el mundo desprovisto de utopías, al final del mismo, en los límites últimos de la experiencia material y existencial, allí donde se instala la tristeza y se justifica el pesimismo de la inteligencia, los episodios flagrantes de la alegría van más allá del impulso vital. Todos comulgan del sentimiento de participar en el cuerpo social.

      Son esos los tiempos, tiempos de la existencia y de la sociedad, que Miguel Rio Blanco recupera y deja en libertad. Son tiempos olvidados, en el mundo determinado por las exigencias totalitarias de los tiempos del mercado y de la tecnología. (...)


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