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Resumen de Valérie Belin. Espejos, reflejos, espejismos y fotografías

Liliana Albertazzi

  • Al principio fue el sol. Valérie Belin fotografiaba al astro emitiendo sus luminosos rayos. Desde entonces, se interesa por todas aquellas superficies que, al interceptarlos, los devuelven, los dejan pasar o, en cualquier caso, no los retienen.

    En efecto, la artista trabaja por series que, en cada ocasión, se centran en un tipo de objeto o un grupo de objetos: vitrinas, lámparas de araña, jarrones de cristal, vajilla de plata o animales de cristal. Su materia transparente o reflectante, parece ser el único vínculo entre ellos, sin embargo, si los miramos bien casi comparten el mismo modo de no contener. Estos continentes vacíos, estos significantes que acusan la puesta entre paréntesis del significado, indican una nueva significación que se forma de serie en serie y que es la de la ausencia. De un cierto modo, la transparencia o la reflexión, esas cualidades físicas de los materiales que dejan pasar o rechazan las ondas, también apelan a la noción de ausencia. En su incapacidad para retener, esas superficies son a las ondas lo que los continentes son al contenido.

    Sea en la versión de las copias de gran formato presentadas en el Credac o en el encargo particular para el Museo de Bellas Artes y del Encaje, la serie que sigue a las antes mencionadas, la de los vestidos de novia, pondrá de relieve esa ausencia. Al vestido de novia le falta la novia. En ningún otro vestido podría echarse tanto en falta aquello que en ella habita y cabe preguntarse si se trata de vestidos de novia o de la ausencia de mujeres casaderas. En las diez tiradas de Ivry, se trata de serigrafías de 3,60 x 3 m. en las que los vestidos se ven extendidos en el suelo, mientras que en las seis de Calais, las copias de 2,5 x 1,20 m. muestran los vestidos en sus cajas, listos para ser guardados o sacados. En un caso como en el otro, alguien acaba de quitarse el vestido o va a ponérselo. Las interpretaciones sobre la imagen en cuestión pueden ser múltiples pero, a pesar de lo evidente de unos temas con tantas connotaciones y tan evocadores, Valérie Belin no deja de remitirnos a la propia materia fotográfica. Y hay una relación más clara entre las dimensiones grandilocuentes de las serigrafías de Ivry, la elección del soporte, el encuadre y el modo en que el tejido se despliega que entre la eventual imagen que habría precedido o que podría venir a continuación en una imagen animada.

    Por otro lado, en relación a lo que se ha dicho, se podría objetar que en las primerísimas obras de Valérie Belin toda la importancia de esos discos solares residía en una referencia al encuadre. Y en una de las primerísimas series, la de los trenes de aterrizaje, ya se observa el encuadre ceñido que la artista conservará a lo largo de todas las series siguientes. Sin embargo, conviene vincular el tratamiento del encuadre a la recurrencia de las superficies reflectantes de las que hablábamos antes, ya que esa correspondencia aparece en las series que se inician a partir de 1997. Ese tipo de encuadre, que ciñe la figura estrechamente, tiende a situar el objeto en primer plano borrando toda noción de perspectiva. En cuanto a las superficies reflectantes, alteran la percepción de los planos dentro de la imagen al poner de relieve la negación de un espacio ficticio. Su proyección sobre el plano de la superficie fotográfica acentúa especialmente la uniformidad que ésta tiene. Un poco como la pintura de comienzos de siglo que se encargó de eliminar la ilusión del sujeto, de la perspectiva y de todo lo que dejaba en segundo plano a la propia pintura, Valérie Belin ofrece indicios para volver permanentemente a la fotografía, a aquello que individualiza su proceso a través de la luz. (...)


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