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Retratos de Marta y María: Representaciones en el arte de los que trabajan y de los que no

  • Autores: Alberto Manguel
  • Localización: Exit: imagen y cultura, ISSN 1577-2721, Nº. 12 (Nov/Enero), 2003 (Ejemplar dedicado a: Trabajando), pág. 32
  • Idioma: español
  • Texto completo no disponible (Saber más ...)
  • Resumen
    • En Betania, seis días antes de la fiesta de Pascua, las hermanas Marta y María dieron una cena en honor a Jesús, que (según nos cuentan los Evangelios) había resucitado al hermano de ambas de entre los muertos. Mientras Marta trabajaba en la cocina, María se sentó a los pies de su invitado para escuchar sus palabras. Abrumada por los muchos quehaceres, Marta solicitó la ayuda de su hermana. ¿Marta, Marta¿, dijo Jesús. ¿Te inquietas y te azoras atendiendo a tantas cosas, cuando una sola es necesaria; con razón María escogió para sí la mejor parte, la cual no le será quitada¿.

      El episodio de la casa de Betania proyecta su larga sombra a través de los muchos siglos, cristianos y no cristianos por igual, que lo separan de nosotros, dividiendo a aquéllos que atienden a las tareas domésticas cotidianas de aquéllos a quienes se atiende porque sus ocupaciones se desarrollan en un plano más elevado. Al principio se interpretaba como una dicotomía espiritual -entre la vida activa y la contemplativa, entre acumular tesoros en el mundo venidero o hacerlo en éste- pero pronto llegó a interpretarse (o a malinterpretarse) como una división entre aquéllos a quienes el privilegio sentaba a los pies del poder divino y aquéllos a quienes tocaba ocuparse de los fogones del mundo. Jorge Manrique, en el siglo XV, reconoció que sólo la muerte igualaría un mundo dividido entre ¿los que viven por sus manos / e los ricos¿.

      Se exalta a María en las múltiples formas que asume: príncipes y potentados, sabios y místicos, sacerdotes y figuras heroicas, todos aquellos a quienes el destino ha adjudicado ¿la mejor parte¿. Pero Marta nunca está ausente. Acompañando a los faraones en sus suntuosas últimas moradas, rodeando a los emperadores chinos mientras recorren la espléndida extensión de un rollo de bambú, incrustada en los mosaicos de los pompeyanos acaudalados, continuando con su discreta vida al fondo de una Anunciación, sirviendo vino en el banquete de Belshazzar, semiescondida en capiteles de columnas de iglesias románicas, enmarcando a un dios sentado en una puerta tallada de los dogon, Marta persevera en su tarea cotidiana de proporcionar comida, bebida y cierto grado de consuelo. W. H. Auden, en su poema ¿Musée des Beaux Arts¿, menciona esta vida laboriosa que sigue desarrollándose en torno al ¿mejor arte¿ y observa lo siguiente:

      ¿En el Ícaro de Brueghel, por ejemplo: cómo se aparta todo Sin prisas del desastre; puede que el labrador Oyera el chapuzón, el grito desolado, Pero para él no era un fracaso importante; el sol brillaba Como debía sobre las blancas piernas que desaparecían en las verdes Aguas; y el caro y delicado barco que ha debido de ver Algo asombroso, un muchacho cayendo del cielo, Tenía adonde ir y siguió navegando con calma.¿ Al parecer, durante mucho tiempo la idea de privación estuvo ausente de estas representaciones del trabajo. Mientras que dioses y héroes, santos y mártires sufren a ojos vistas por sus respectivas causas en pintura y en piedra, raras son las representaciones de trabajadores sometidos a tensiones físicas o mentales de ningún tipo. Los granjeros egipcios, los pescadores griegos, los albañiles romanos, los peones medievales que se muestran o bien en el centro o en los márgenes aparecen meramente como parte del paisaje en el que existen los elegidos que son como María. Llevan a cabo sus tareas de manera repetitiva y decorativa, sólidos como rocas o con esa cualidad vital propia de animales y árboles. Pero carecen de historias. Sólo cuando toman prestados sus temas de la literatura o de la religión se sienten justificados los artistas para animar las actividades cotidianas del trabajo. (Esto también es cierto en China, donde las más antiguas representaciones pictóricas del trabajo son del siglo XII y proceden de exámenes estatales en los que se pedía a los candidatos que pintasen una escena sugerida por ciertos versos).

      La antigua discusión en torno a ut picture poesis sirve en parte para explicar la ausencia, al menos según la clásica distinción de Lessing: que las artes plásticas se beneficiaron de una restricción de la emoción, mientras que, en literatura, el despliegue gráfico en un poema de lo que sentía un personaje no sólo se consideraba permisible sino necesario. Los trabajadores evocados incluso en los textos más antiguos son representados en momentos especialmente emocionantes que dan profundidad a sus esfuerzos (por ejemplo, el leal y trabajador porquerizo de Homero), mientras que la estilizada descripción de granjeros en la alfarería griega (por ejemplo, el porquerizo en un jarrón de tierra roja del siglo II a.C., hoy en el Museo del Louvre) no transmiten ninguna narrativa aparte de la que pueda aportar el espectador.

      Las primeras representaciones de la actividad de los trabajadores que empiezan a surgir en Europa a finales de la Edad Media (que ya no se titulaban ¿La forja de Vulcano¿ o ¿La Pesca Milagrosa¿ para justificar la representación de una herrería o de unos pescadores) parecen coincidir con el interés de la sociedad post-feudal por tener imágenes de sí misma. La ilustración que acompaña a cada mes en el Les Très Riches Heures du Duc de Berry muestra a granjeros, carpinteros, pastores y cosechadores enfrascados en sus respectivas actividades no como indicadores de las cambiantes estaciones sino como retratos autónomos de estos personajes sociales. Están entre los primeros intentos específicos de individualizar determinados momentos de una vida trabajadora, más cercanos a los registros del siglo XX de un August Sander, que documenta las diferentes ocupaciones de los miembros de cierta sociedad, que a anteriores representaciones superficiales del trabajo.

      Tal vez sea Caravaggio el primer pintor en dar la vuelta a la tradición de préstamos literarios. Aun cuando, en apariencia, sus modelos proletarios sirvan de actores en las escenas dramáticas bíblicas que construye, son las escenas bíblicas las que sirven de excusa para representar a la gente corriente. Tan obvia era la estratagema, y tan escandalosa la evidente intención, que (dice la leyenda) los carmelitas rechazaron la Muerte de la Virgen que le habían encargado porque el pintor había utilizado como modelo el cadáver de una joven prostituta embarazada que se había ahogado en el Tíber. Lo que veía el espectador no era, a pesar del título, a la Madre de Dios en su último sueño, sino el cuerpo preñado de una mujer a quien la sociedad había explotado primero y abandonado después. (Similar escándalo provocó la exposición, en 1850, de Cristo en casa de sus padres, de John Everett Millais, cuadro que Charles Dickens, entre otros, atacó por atreverse a representar a la Sagrada Familia no como una comunidad espiritual de Marías sino como una familia normal, de sangre y hueso, de carpinteros tipo Marta).


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