Hablar de Educación Inclusiva en Colombia es entrar en un mundo bastante complejo por la cantidad de interpretaciones que se le puede dar al concepto. Estos significados provienen del ciudadano común, los padres de familia, los encargados de diseñar políticas de atención educativa en el país y aún más, proceden de los expertos e investigadores que vienen, en una especie de aprender en el camino, cómo diversificar el término, sin llegar a ser excluyente y en especial cómo responder a las llamadas políticas de inclusión educativa, que el Ministerio de Educación Nacional de Colombia diseña, para cumplir con algunos de los principios que declaran, como son, atender con calidad y equidad a la población educativa en Colombia, haciendo referencia, además, a la diversidad.Esos derechos que provienen de un mandato constitucional deberían ser inalienables y de estricto orden y cumplimiento. Y sí, se puede decir que ha habido esfuerzos notables, pero falta demasiado para que en Colombia se pueda hablar de una acertada atención a la población denominada inclusiva y dentro de ella a la considerada diversa: Discapacitados, población afrodescendiente, comunidades indígenas, gitanos, desplazados, entre otros. Implica también la aceptación de la alteridad, del otro u otra, aunque sean distintos en ideologías, religión, orientación sexual, mitos y otras creencias. Y cobija también este significante, a una población estudiantil, denominada sobredotada o que poseen talentos excepcionales, la cual, se puede decir, ha sido muy débilmente considerada en Colombia, sobre todo en la escuela denominada oficial o pública, en especial por falta de conocimiento de los maestros y sobre todo por no saberlos identificar desde temprana edad y mucho menos, al carecer de métodos y estrategias para darles respuesta al interior de la denominada aula inclusiva.
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