Leyendo, hace ya unos años, un libro de teoría literaria, Teoría de la novela: Antología de textos del siglo XX, editado por Enric Sullà (Crítica, 1996), J. E. Ayala-Dip encontró un texto de Vargas Llosa titulado “El arte de mentir” (Revista de la Universidad de México, 1984). Le llamó la atención que el nombre del novelista ya consagrado, estuviese al lado de otros no menos consagrados narratólogos, entre los cuales no faltaban G. Genette, W. C. Booth, U. Eco, R. Barthes, entre otros. Ello, entonces, le hizo pensar sobre un aspecto específico de la obra de Vargas Llosa: su pasión por la escritura, no sólo como praxis cotidiana sino también como núcleo de reflexión metaliteraria. Este artículo trata de ello. De esa dedicación de Vargas Llosa al trabajo de otros escritores (sus afinidades electivas) y de su propio discurso teórico sobre el hecho literario como proceso autónomo de ficcionalización.
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