Se ha estado alabando en nuestro medio la ambigüedad como una virtud política. Tal ambigüedad -que no es sino una consecuencia del relativismo valóricose ha hecho una práctica legislativa corriente como expresión de acuerdos parlamentarios que poco tienen de consenso y mucho de juegos venecianos. El caso del proyecto de ley sobre constitución y organización jurídica de las iglesias y otras organizaciones religiosas nos da un ejemplo palmario de este fenómeno.
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