Durante la primera década del siglo XXI, España ha experimentado un crecimiento de las migraciones internas sin precedentes desde la década de los sesenta del siglo XX. Dos factores han sido los principales responsables de este auge de la movilidad interna: por una parte, la fuerte expansión económica hasta 2008 en un contexto caracterizado por el boom de la construcción inmobiliaria (Burriel, 2008 y 2014; Romero et al., 2012) y su impacto directo en la movilidad residencial de dimensión local y metropolitana (Bayona y López-Gay, 2011; Feria y Andújar, 2015; López-Gay y Recaño, 2008; Pujadas, 2009) y, por otra parte, la entrada de un flujo acumulado de más de 9 millones de inmigrantes nacidos en el extranjero entre 1998 y 2017, cuya redistribución espacial reactivó la dinámica global de la migración interna, especialmente la de larga distancia (Gil-Alonso et al., 2015; Recaño, 2003 y 2016).
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