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Faithful Attraction

  • Autores: Herbert Leon Kessler
  • Localización: Codex aquilarensis: Cuadernos de investigación del Monasterio de Santa María la Real, ISSN 0214-896X, Nº 35, 2019 (Ejemplar dedicado a: Belleza, persuasión y retórica en el arte medieval), págs. 59-84
  • Idioma: inglés
  • Títulos paralelos:
    • Atracción fiel
  • Enlaces
  • Resumen
    • español

      El poder de la belleza fue un tema constante en el discurso medieval. En contraposición a Dios, que había creado el cosmos y sus ornamentos, literalmente cosméticos, la atracción sensual llevó potencialmente a la gratificación personal, que distrajo de la redención espiritual. Como decía Hugo de Saint-Victor, “atraídos por el deseo de los bienes temporales [los vagabundos de este mundo] no pueden encontrar el amor por las cosas eternas”. No obstante, la belleza de la Virgen María constituyó una excepción. Tan atractiva era que había atraído a Dios mismo. Sirvió como un semáforo estético en el camino de aquellos que buscaban el Paraíso sacrificado, toda vez que Eva había sucumbido a la tentación y había pecado. Elogiada en una poesía devocional de los siglos xii y xiii a través de cadenas de metáforas de belleza mundana (sol, marfil blanco, estrellas, flores, etc.), la suavitas singularis de la Virgen fue transmitida en el arte a través de ricos matices, intrincados ornamentos y materiales preciosos, entendidos como reflejo de una belleza interior pintada por “Dios, el artista celestial”. Identificado con la Ecclesia, permitía vislumbrar la gloria prometida y, al mismo tiempo, era un escudo contra el propio esplendor cegador de Dios. Como dicen las Cantigas de Santa María: “Debido a nuestra naturaleza pecaminosa, nunca hubiéramos visto el rostro de Dios, que es nuestra luz y día, sin ti (María), que eres nuestra aurora”.

    • English

      Beauty’s power was a constant theme in medieval discourse. Whereas God had created the cosmos and its adornments, sensual attraction potentially led to self-gratification that distracted from spiritual redemption. As Hugh of Saint-Victor put it, “attracted by the desire for temporal goods [the wanderers in this world] are unable to find the love for those things that are eternal” The Virgin Mary’s beauty was an exception. So appealing that it had attracted God himself, it served as an aesthetic semaphore on the path of those seeking to the Paradise sacrificed when Eve had succumbed to temptation and sinned. Extolled in a twelfth- and thirteenth-century devotional poetry through chains of metaphors of mundane beauty – sunrise, white ivory, stars, flowers, etc. – the Virgin’s suavitas singularis was conveyed in art through rich hues, intricate ornaments, and precious materials, understood to reflect an inner beauty painted by “God, the celestial artist.” Identified with ecclesia, it provided a glimpse of the promised glory and, at the same time, a shield against God’s own blinding splendor. As the Cantigas de Santa Maria put it: “Because of our sinful nature, we would never have seen the face of God, who is our light and day, without you (Mary), who is our dawn.”


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