Sevilla, España
A principios del XVII el poder naval ya no solamente constituía la mayor salvaguarda de las rutas oceánicas españolas, sino el más perfecto instrumento de la guerra económica preconizada por muchos arbitristas. En los consejos y juntas de la corte se debatía la mejor forma de dañar los intereses comerciales de las potencias marítimas enemigas y cómo reconstruir la maltrecha industria castellana. Los mercantilistas españoles consideraban que, ocluyendo los mercados hispánicos, imponiendo elevadas fianzas a las mercancías procedentes de los antagonistas protestantes, aplicando fuertes tasas a la exportación de productos de los estados de los Habsburgo o, directamente, desplegando una política de embargos, se perjudicaría gravemente a las Provincias Unidas y a Inglaterra.
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