Probablemente cuando los bisoños soldados de Roma vadeaban, con el agua al pecho y en ayunas, las heladas aguas del río Trebia hacia un 21 de diciembre del 218 a. C. especialmente frío y nevoso, para encontrarse con la emboscada que les tendía Aníbal, comenzaron a sentir en sus entrañas ateridas el destino inmediato que les esperaba: la agonía y muerte, o la huida tras catastrófica derrota.
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