Se analizan tres películas del cineasta japonés Kiyoshi Kurosawa —Cure (1997), Pulse (Kairo, 2001) y Retribution (Sakebi, 2006)— bajo una perspectiva común: el sentido de desintegración o fin de la sociedad al que apunta su tratamiento visual del espacio urbano. Kurosawa recurre a narrativas de personajes solitarios que se alienan progresivamente de su entorno. A la par, sus planos reimaginan la ciudad de Tokio para convertirla en una prolongación y amplificación del estado mental de dichos personajes. Bien mediante representaciones en clave apocalíptica, o bien mediante las localizaciones de ruinas —cuyas escenas centran el análisis— que evocan reminiscencias fantasmales de la historia borrada de la ciudad. Tal imagen de Tokio ofrece su reverso siniestro, el inquietante vacío que queda tras despojarla de sus significantes posmodernos. Esta estrategia expresiva se relaciona con la crisis de identidad nacional que atravesó Japón en los noventa, fruto de una larga recesión. Ante el estancamiento del avance social y económico, Kurosawa filtra mediante sus mecanismos de género el extravío identitario y la memoria histórica soterrada.
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