La enorme fuerza con la que ha entrado la perspectiva de la autonomía de la persona en el ámbito sanitario, al igual que ha pasado con la irrupción de la gestión en el quehacer profesional, ha hecho tambalear el escenario de los valores en que se sustentaba la práctica médica, afectando especialmente al principio de beneficencia.
Procurar el beneficio del paciente sigue siendo un valor fundamental, sin el cual el vínculo esencial de la confianza no se podría producir, pero no puede ser un valor absoluto en la medida en que debe ser incluido en el de la autonomía.
Del mismo modo, y a pesar de los enfoques antropológicos liberalistas actuales, tampoco la autonomía, condición humana esencial, constituye siempre y en toda circunstancia, un bien absoluto, especialmente cuando se esgrime negando la otra cara de la condición humana, la vulnerabilidad. A diferencia del enfoque con el que debe abordarse la discapacidad (Convención de Nueva York, 2006), la atención psiquiátrica ofrece ejemplos concretos de lo que puede ser un paternalismo éticamente justificado o, lo que es lo mismo, situaciones en las que la buena praxis clínica pasa por la limitación de la autonomía.
Resulta muy complejo conjugar el respeto por los principios clásicos en los que se fundamenta la bioética, especialmente cuando la persona atendida no tiene toda la capacidad mental para tomar sus propias decisiones responsables.
The enormous force with which the prospect of the autonomy of the individual has entered the health field, as happened with the irruption of management into professional working tasks, has shaken the set of values on which medical practice was based, especially affecting the principle of beneficence Procuring the benefit of the patient remains a fundamental value, without which the essential link of trust could not be attained, but it cannot be an absolute value insofar as it must be included in that of autonomy.
In the same way, and despite current liberalist anthropological approaches, autonomy, an essential human condition, does not always constitute an absolute good, especially when it is used to deny the other side of the human condition, vulnerability. Unlike the approach with which disability should be addressed (New York Convention, 2006), psychiatric care offers examples of what can be considered as ethically justified paternalism or, which is the same, situations in which good clinical practice works trough limitation of autonomy.
Marrying together respect for the classical principles on which bioethics is based is very complex, especially when the person treated does not have full mental capacity to make their own responsible decisions.
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