La industria del calzado no sólo es la actividad económica principal de Elda desde hace mucho más de un siglo, sino que ha sido capaz de configurar a lo largo del tiempo una auténtica cultura industrial zapatera, que sobrepasa ampliamente la simple actividad laboral para intervenir en muchos otros aspectos de la vida de una colectividad: las concepciones ideológicas, la participación política y sindical, el desarrollo urbanístico, la fiesta, incluso el lenguaje o el ritmo de la vida cotidiana. Todo ello, con el paso de los años, casi dos siglos ya, ha ido forjando un extenso patrimonio, material por supuesto –prueba de ello es un Museo del Calzado al que se le pueden achacar defectos, pero no precisamente el de carecer de una colección absolutamente excepcional–, pero también intangible, inmaterial, tan identitario o más que el otro, pero mucho más difícil de clasificar y de abarcar. En los días en que celebrábamos este congreso, en una visita guiada, comprobamos cómo mucha gente se remontaba a distintos momentos de su pasado personal cuando penetró en la pequeña sala del museo en que se recrea un viejo tallerico; no era lo que estaban viendo, sino también los olores –ese olor tan característico del cuero, de las colas–, las sensaciones, el recuerdo de un pasado compartido. Este patrimonio intangible es al que vamos a tratar de aproximarnos, sin ánimo de llegar a abarcarlo plenamente, a través de la presente comunicación.
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