Lucía de Molina Benavides, Elisa Valero Ramos
El origen etimológico de la palabra habitar proviene del latín habitare, frecuentativo de habere, “tener o poseer reiteradamente” y su significado indica el “hábito” de permanecer en un lugar. Desde el inicio de las primeras revoluciones industriales, la tecnología aumentó el movimiento de las personas, reduciendo la permanencia en el espacio. Estas nuevas circunstancias han afectado a las relaciones interpersonales y al concepto de hogar. En esta nueva era, la ubicuidad que otorga la digitalización de pertenencias y procesos permite que desde la vivienda se puedan realizar actividades antes inimaginables, la compra de todo tipo de productos, el teletrabajo, impartir o recibir docencia, y también la posibilidad de hacerlo desde cualquier otro sitio del mundo. Consecuencia de esto, surgen nuevos espacios domésticos, los modelos colaborativos Cohousing y Coliving, que aparecen para dar respuesta a nuevos perfiles sociales, como son el habitante y el nómada digital. La limitación de la movilidad a escala global, producida por el COVID-19, ha evidenciado la sostenibilidad de estos nuevos modelos colaborativos. Ante esta realidad, se hace necesaria su revisión en pro de la calidad de vida de sus usuarios, que resulta vinculada a la reconexión con el entorno y la interacción con una comunidad.
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