Enrique Colomés Montañés, Carlos Martín Muñoz
Si hay algo que caracteriza la obra de Ramón Vázquez Molezún es la creatividad, el riesgo, la emoción. Su obra, vital y optimista, fue innovadora y absolutamente personal, y el origen de todo ello habría que buscarlo en algo tan prosaico como una moto. Siendo pensionado en Roma a principios de los años 50, Molezún adquiere una Lambretta C125 que transforma y adapta completamente hasta apropiarse de ella y convertirla en una verdadera casa a cuestas y perfecta compañera en su viaje por Europa. Un vehículo que le permitió una movilidad e independencia reflejos de su inquieto carácter vitalista y artístico en formación, convirtiéndose en un objeto imprescindible, lleno de significados, que Molezún fotografió insistentemente junto a los hermosos paisajes y edificios que visitó durante los más de 100.000 km recorridos en este gran viaje. La moto se desvela en Molezún como mucho más que un rápido y barato medio de transporte; se descubre como campo de prácticas y transformaciones del futuro arquitecto. Mente y manos unidas en el trabajo; simbiosis de arquitecto y artesano. Un viaje de vida que empieza en tierra sobre una moto en Roma y acaba sobre un barco, su dorna, en el mar de Bueu.
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