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Resumen de La envidia, la justa indignación y la emulación, según la teoría ética y la retórica de aristóteles

Jesús Araiza

  • A toda pasión suele acompañarle como elemento constitutivo una especie de dolor y una especie de placer. El deseo de alimento, por ejemplo, el deseo de bebida o de unión sexual, es apetito de lo placentero. No obstante, puesto que supone una carencia, tal deseo en forma de hambre, sed o apetito sexual es, en sí mismo, algo doloroso.

    El deseo (epithymía) es, en efecto, una especie de dolor cuyo remedio se alcanza una vez que se consigue el placer apetecido; y cuanto más intenso y doloroso llega a ser el apetito, tanto más intenso y excesivo es el placer que se busca, para la expulsión del dolor. La ira es, por su parte, un doloroso apetito de venganza, por la creencia de haber sido inmerecidamente despreciado, maltratado o ultrajado; pero a toda ira le sigue una especie de placer: el placer que resulta precisamente de la esperanza de vengarse. La venganza aparece, por consiguiente, como una satisfacción y un cumplimiento del apetito doloroso. De ahí que se diga desde antiguo –como ya lo dice Homero– que la furia es más dulce que la miel que destila gota a gota en el pecho de los hombres.

    La envidia es, a su vez, esencialmente un apetito doloroso, causado por la prosperidad ajena; pero su constitución y el modo de ser propio de aquel que siente envidia, contiene, análogamente, una sensación de placer.


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