Bernhard Welte ha sido, tal vez, uno de los filósofos de la religión más importantes que nos ha dado el siglo XX. La poco frecuente conjunción de sencillez estilística y profundidad conceptual que caracterizó a su pluma se vio reflejada no sólo en el tratamiento original de cuestiones vinculadas con la filosofía de la religión y la teología, sino también en el de temas centrales de la antropología filosófica, la metafísica, la filosofía de la educación y la cultura, etc. A su sólido conocimiento de la filosofía medieval, a la que se dedicó intensamente durante sus estudios de teología, le añadió su interés por los planteos de la filosofía fenomenológica y existencial del siglo XX, y muy especialmente por el pensamiento de Martin Heidegger. Su relectura de la tradición a partir de estos nuevos planteamientos filosóficos lo llevaron a desplegar una propia concepción fundamental tanto del ser de la realidad misma cuanto de la razón que intenta asirla. Se trata de una concepción que, a diferencia del cientificismo estrecho de la modernidad, que reducía la razón a la aplicación de las leyes lógicas a los conocimientos provistos por la ciencia natural y el ser de la realidad a lo empíricamente verificable, se abre al misterio que implica el hecho mismo de que haya ser, de que el ser se dé y a la posibilidad de la fe como relación privilegiada con el misterio.
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