Madrid, España
Quizás lo más destacable del regionalismo latinoamericano sea su resistencia y capacidad de adaptación a los frecuentes cambios regionales e internacionales. Aunque su origen se remonta al panamericanismo del siglo XIX, su variante económica se ha desarrollado paralela al proceso de integración europeo y, en sus más de seis décadas de existencia, ha demostrado una sorprendente habilidad para sobrevivir gobiernos y coyunturas adversas reinventándose constantemente. El coste de este “regionalismo resistente o flexible” ha sido la agonía de algunos esquemas y la creación de otros que, con el tiempo, corren el riesgo de entrar en el habitual ciclo de desgaste de las iniciativas intrarregionales latinoamericanas. Pocos esquemas de “integración” han desaparecido del todo como, por ejemplo, el Grupo de los Tres entre Colombia, México y Venezuela.
Sin embargo, muchos, entre ellos la Comunidad Andina de Naciones (CAN), existen formalmente, pero han dejado de ser funcionales como sistemas de integración inicialmente diseñados durante la Guerra Fría. Los altibajos del regionalismo latinoamericano y los solapamientos de objetivos y socios revelan que, al unir países del sur global, sus fines siempre han sido defensivos y construidos top-down desde los gobiernos. La gran variedad de actores, objetivos, agendas y resultados se pueden explican sobre todo por las coyunturas políticas regionales y los cambios en el escenario internacional.
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