En la batalla de Aljubarrota (1385) se continúan las tácticas empleadas en la guerra de los cien años entre Inglaterra y Francia. La lucha de los hombres de armas a pie, apoyados por infantes y hombres con armas de tiro tiene una cierta similitud con el trabajo del martillo sobre el yunque. Aunque la mayor parte del protagonismo en batallas como las de Crecy, Aljubarrota y Azincourt se los ha llevado el arco largo y las defensas naturales, o de acarreo, situadas para defender a los “flecheros” como los nombran las crónicas, de nada servirían dichos golpes de martillo si no hubiera un yunque que soportase el castigo de los ataques enemigos, y tras el debilitamiento producido por las armas de tiro, vencer al enemigo. El yunque debía atraer los ataques contrarios para permitir a los tiradores hacer su trabajo de reducir el número y desmotivar el avance de los oponentes.
Y por ello no bastaba la infantería regular, ese papel debía realizarlo las unidades especializadas en la lucha cuerpo a cuerpo y que no retrocedieran ante el enemigo. Por lo que los hombres de armas eran los combatientes adecuados para ese puesto. Dentro de la variedad de armas ofensivas con las que contaban los caballeros para luchar a pie, las crónicas hablan de lanzas, espadas, y hachas. Pero dentro de estas últimas hubo un tipo muy específico, cuya eficacia era mayor para su uso en filas cerradas por los hombres de armas del siglo XIV: el poleaxe que dicen los ingleses, las hachas de armas o de caballeros que se decía en el reino de Castilla. La eficacia superior de las hachas de armas sobre los demás tipos de armas en los combates grupales, con poco espacio para maniobrar y en los que el contrario suele llevar unas protecciones metálicas, es manifiesto, y su empleo fue un factor muy importante en el desarrollo de la batalla de Aljubarrota
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados