La primera dama norteamericana aupó a su marido a la Casa Blanca en 1992. Pero este año su impopularidad, su presunto maquiavelismo y sus oscuros negocios pasados pueden ser el lastre que hunda la boyante campaña electoral de Bill Clinton. Y poco le ha ayudado haber mantenido "conversaciones espiritistas" con sus ídolos históricos fallecidos hace décadas.
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