Marçal Moliné tiene aspecto de patriarca. De Iluminado. La primera impresión se descompone en el momento que aflora su timidez y comienza a titubear. Se recobra, sin embargo, en el instante mismo en que entra en materia. Su máxima es que la publicidad tiene una parte científica que es preciso aprender y practicar. Se desespera porque aún hay muchos que no creen en semejante aseveración y confían sólo en la genialidad del momento. El lleva 20 años investigando esa vertiente científica de su oficio, y ha descubierto que existen sistemas que hacen más eficaces los mensajes publicitarios. No le importan que le tilden de loco; está convencido de llevar razón. Sí le duele, en cambio, que su reputación de creativo haya caído en el olvido dentro de la propia profesión y que se le considere "un histórico" que en su día revolucionó los esquemas de la publicidad.
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