Como acontecimiento social, el pasado Festival de San Sebastián estuvo marcado por un hecho imprevisible: el tremendo mal tiempo que azotó el golfo de Vizcaya durante los dos días de celebración. La galerna de vientos huracanados y chaparrones constantes convirtió a los díscolos publicitarios en aplicados delegados capaces de asistir disciplinadamente las proyecciones y de cumplir los pormenores del programa. En los festivales, ya se sabe, es imposible que todos mojen, pero en éste al menos, se mojaron todos.
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