En febrero de 1790, los progresos de la Revolución francesa, sobre todo tras la detención del rey en Versalles (octubre de 1789), alarmaban o entusiasmaban notablemente a la opinión pública europea. Burke mostró abiertamente su desaprobación en una sesión parlamentaria estableciendo los principios de su rechazo a la revolución como concepto radical y su defensa de la reforma política, reinterpretando la revolución Gloriosa inglesa. La respuesta de Tracy en la Asamblea constituyente de París muestra las diferencias de fondo en el pensamiento de ambos políticos y teorizadores: la prudente reforma de sistemas con antiguo arraigo nacional frente a hacer tabula rasa de una estructura social sobre la base de la ideología.
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