El Pabellón de Barcelona, fue revestido paulatinamente con un vinilo blanco hasta quedar desnudado de toda materialidad. Con esta sencilla y contradictoria acción, los muros, suelos y pilares se convierte en un lienzo en blanco, que abre la puerta a múltiples interpretaciones sobre aspectos como el valor del original, el papel de la superficie blanca como imagen de la modernidad, o la importancia de la materialidad en la percepción del espacio. El edificio se convierte así en una maqueta de sí mismo, a escala 1:1, a tamaño real, mostrando un espacio finalizado, pero al mismo tiempo inacabado. La intervención niega por tanto la materia al pabellón para ponerla en valor.
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