El destino universal del mensaje cristiano no permite que éste sea monopolizado por ninguna cultura. No existe «la cultura cristiana». Tampoco es posible profesar y tratar de difundir un cristianismo puro y espiritualista que prescinda de toda encarnación en cada cultura; tal pretensión sería un «angelismo» desconocedor de la esencia misma del cristianismo, que es un mensaje divino que hay que transmitir al hombre concreto. También sería contrario a esa esencia del cristianismo olvidar en él todo lo que no es puramente humano, privándolo así, al mismo tiempo, de parte de su mensaje y de su carácter de instancia crítica.
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