Andalucía tuvo una primera infancia oriental y materna a la que siguió una segunda infancia fatalista y musulmana. Su adolescencia fue barroca y en ella cuajó la religiosidad tradicional de nuestros día. A lo largo de esta psicohistoria rica y compleja se van perfilando dos rasgos claves de esta religiosidad tradicional: un intenso apego a lo materno que irrumpe desbordando los cauces de la Mariología y, en íntima conexión con ello, una profunda ambivaIencia afectiva ante Dios que da lugar a una peculiar Cristología en la que Jesús se convierte en «un Padre que chorrea sangre».
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