Hace próximamente un año, publicó la doctora López Aranguren una revisión de los camélidos fósiles argentinos, de la que fácilmente se deducen dos interesantes conclusiones: 1ª que las cuatro formas de este grupo actualmente vivas se hallan también en estado fósil, lo que parece demostrar su diferencia específica, y 2a que el número de especies fósiles es mucho menor que lo que se venía admitiendo, en parte por haberse dado nuevos nombres a restos que en realidad pertenecen a las mismas formas que hoy subsisten, y en parte por haberse fundado especies, y hasta géneros, sobre diferencias morfológicas puramente indivi duales, y por tanto sin el menor valor taxonómico. Con ser insignificante la parte de responsabilidad que, a título de profesor de la mencionada autora, pueda caberme en estos resultados, es, no obstante, suficiente para hacer que me interese de un modo especial cuanto se refiere a la paleontología de nuestros camélidos, y de ahí que haya leído con verdadera curiosidad dos trabajos recientemente publicados por el señor Rusconi, en los que, siguiendo un criterio opuesto, no sólo vuelven a separarse formas que en la citada revisión se consideraban sinónimas, sino que todavía se describen dos formas nuevas.
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