Mucho ha llovido, por no decir tronado y diluviado, desde aquellas décadas en las cuales las bondades y pretendidas grandezas de las academias de bellas artes occidentales se anunciaban, engalanadas por marcos dorados y papel pintado, en solemnes y pomposos ambientes de salón. Meritorios y oficiales de la pintura y la escultura desfilaban sus obras ante las miradas altivas, punzantes y demoledoras de un público tan exquisito como en ocasiones tan falto de criterio y valentía.
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