En el presente artículo me centro en el estudio de los meses en que Norah Borges y su familia vivieron en Mallorca entre los años 1919 y 1921, momento en que pudo formalizar un lenguaje que le llevó a las puertas de las vanguardias; aunque también aspiro a analizar el reflejo que las experiencias isleñas tuvieron en su obra posterior. La isla fue para la artista una verdadera metáfora sobre su vida y su producción artística. Un microcosmos integrado por la ciudad de Palma y el pueblo de Valldemossa, a la vez que habitó un ámbito masculino al que accedió gracias a su hermano. No obstante y a través de la introspección generada por su propia insularidad creó una iconografía a partir de largas y detenidas observaciones: la mujer de campo, la arquitectura tradicional o edificios paradigmáticos del gótico mallorquín. Verdaderos inventarios de arcaísmo, a los cuales atribuyó sentimientos de humildad y nobleza. Los grabados y dibujos realizados en Mallorca y en los años posteriores me hacen convenir que su paso no fue un anecdótico, ya que su imaginario complementado por la poesía ultraísta le permitieron crear y recrear una isla definida por Jorge Luis Borges como un lugar parecido a la felicidad.
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