El destino de los prisioneros de guerra en la Unión Soviética formó parte fundamental de la memoria alemana de la Segunda Guerra Mundial. En la percepción de la sociedad pronto confluyeron las ideas antisoviéticas y anticomunistas, los patrones de interpretación propios de la Guerra Fría y las experiencias dolorosas. Allí donde era lícito expresarse, como la Alemania Occidental, se solía hablar de “campos de muerte” o “campos de silencio”, en los que habrían desaparecido cientos de miles de soldados de la Wehrmacht. Uno de los últimos repatriados fue el general Walther von Seydlitz-Kurzbach, capturado en Stalingrado en enero de 1943. Desde septiembre de aquel año, Von Seydlitz se había comprometido contra la Alemania nacionalsocialista, afiliándose al Bund Deutscher Offiziere (BDO, “Unión de Oficiales Alemanes”), que era una parte importante del Nationalkomitee Freies Deutschland (NKFD, “Comité Nacional para una Alemania Libre”).
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