Hace ciento cuarenta años, Marcelino Sanz de Sautuola descubría e identificaba los animales y signos pintados y grabados en la cueva de Altamira como obra de las mismas personas que la habitaron en época paleolítica. Esta afirmación vino a revolucionar la investigación en prehistoria y, desde la aceptación de la veracidad de su descubrimiento a partir de 1902, cambió para siempre la noción del pasado más remoto de nuestra especie. Hoy Altamira sigue siendo, a pesar de los cientos de sitios con arte rupestre paleolítico identificados en Europa, una de las muestras más sobresalientes y espectaculares de nuestro primer arte. El esplendor de sus pinturas y grabados solo es comparable al de algunas otras cavidades cantábricas como la cueva de El Castillo en Puente Viesgo o las cuevas francesas de Lascaux en la Dordoña o Chauvet en el Ardèche.
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