En los albores del siglo XX, Rusia hereda toda la potencia cultural de una monarquía que había cuidado la ópera tanto como el ballet, a un precio social que pasaría factura con la revolución que impondría el régimen soviético. Con la subida al poder de Stalin –muerto, curiosamente, el mismo día que Prokófiev-, la ópera sufrirá en Rusia el control, la censura y el castigo de la dictadura.
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