Cuando Franco y Eisenhower pactaron en 1953 la construcción de una instalación militar norteamericana en Zaragoza -y otros cuatro enclaves en la Península-, no solo lograron un acuerdo de conveniencia estratégica y económica para ambos países. También cambiaron el presente y futuro de una ciudad que no volvería a ser la misma gracias a la influencia y el contacto con una sociedad mucho más desarrollada. El nuevo vecino, instalado en una auténtica ciudad “made in USA”, dejó su impronta en la cultura, la gastronomía, los negocios, las relaciones sentimentales y el deporte de la capital aragonesa.
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