Están en el año I de la nueva era Heisei, logro de la paz, y pueden describir la realidad con 582 caracteres o ideogramas, aunque la mayoría emplee 350 aproximadamente.
Al mismo tiempo, en Ginza podemos oír el Big Ben con la solidez de Londres, ver una torre rojiblanca de comunicaciones que recuerda como ninguna otra en el mundo a la torre Eiffel, pasear por las aceras con tantas bicicletas como en Amsterdam junto a rascacielos tan vanguardistas como los de Century City o Manhattan, y por qué no, escoger entre una amplia variedad de tablaos, como por ejemplo el de Sakurako, que tan sólo se descubre al jalearse con un “¡alsa!” genuinamente japonés.
Sin embargo, un rosa luminoso, ácido, puede ser el fondo convenido para contrastar con dos rebanadas de pan, una tostada y otra no, publicitando Gluckdeck; una rara combinación para ojos occidentales que sin duda alejaría el apetito. O un anguloso garfio puede ofrecer más allá de una puerta, sin presencia humana de ningún tipo, una botella de Heineken junto a la frase “riámonos a gusto del final de siglo”.
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