Conoció un infierno en Sajalín. También el fracaso, y los éxitos. Observó el alma rusa, presente en tantos de sus personajes, en la actitud de sus campesinos, en la desdicha de sus compatriotas. En la aparente trivialidad de sus escenas, latía una apasionada fe en el ser humano, aunque conociese a la perfección sus miserias y sus contradicciones.
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