Todo culto a la muerte supone siempre un vacuo intento de inmunización. La necrofagia es inseparable del homenaje. Nos alimentamos de los muertos, como es bien sabido, porque en ese momento parecen ya indefensos -si el muerto ha sido, como en este caso, peligroso en vida- y por tanto manipulables en la más triste de las digestiones: el masticamiento académico que no puede existir si no cree de verdad en lo increíble, es decir, en que existe un campo llamado de la Cultura, de la Razón o del Arte, que está por encima de las contingencias históricas (ese estar por encima que constituye la base del hoy ya tan ridículo liberalismo universitario).
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