El homenaje que acabamos de ofrecer a Pablo Picasso, no necesita de justificación. A la genialidad, y mucho más cuando como en este caso es fecunda y generosa, nunca se le puede hacer justicia. Siempre se está en deuda con ella. Más bien, yo diría que ha sido éste un intento de justificarnos a nosotros, atreviéndonos a decir unas palabras, todavía emocionadas y estremecidas, bajo la sombra espesa de su recuerdo.
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