Justo dos meses antes de que Adolf Hitler se convirtiera en canciller de Alemania, Stanley Baldwin, primer ministro británico, habló de un mundo que vivía bajo la sombra del miedo, e identificó el “temor a los cielos” como su causa principal. Exactamente cuatro años después del discurso de Baldwin, Winston Churchill explicó con claridad los catastróficos resultados de su política de “decidirse a estar indeciso y resolver ser irresoluto”. En aquel momento Alemania poseía una “gigantesca fuerza aérea”, muy superior a la británica, con una ventaja especialmente significativa en bombarderos de largo alcance. Como descubrirían los historiadores, Alemania había pasado de producir 36 aviones en 1932 a 5112 en 1936, de los que la mitad eran aparatos de combate. Ignorado por aquel entonces por el gabinete de forma sistemática, Churchill recalcó la magnitud del problema con ejemplos de lo más sorprendentes, como el caso de una empresa británica que estaba suministrando máquinas herramienta a Alemania, justo mientras el Gobierno de Baldwin se disculpaba porque la industria británica no era capaz de suministrar la maquinaria necesaria para impulsar el rearme propio. Apenado, Churchill expuso el hecho evidente de que “estamos entrando en la época de las consecuencias”.
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