El siglo XIX fue el siglo del ferrocarril por antonomasia. Hijo directo de la Revolución Industrial, cientos de kilómetros de vías ferroviarias atravesaban los territorios de América y Europa. La expansión ferroviaria también se extendió al mundo colonial en África y Asia, cohesionando los imperios de las potencias imperialistas europeas. El II Imperio Alemán concibió un magno proyecto que de haberse concluido hubiera cambiado, por completo, las relaciones de poder y la geopolítica de su tiempo: El ferrocarril Berlín-Bagdad.
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