No es nuevo que en época de crisis económica, carestía de productos básicos y amenazas directas a la vida, se erijan modelos cooperativos como fórmula de superar las dificultades. Pasó en la Inglaterra del siglo XIX, se repitió en Asia, Latinoamérica y África en el siglo XX, como resultado de los planes de ajuste estructural impuestos por organismos bilaterales y multilaterales, y está volviendo a ocurrir en la Europa del siglo XXI, como modo de responder a las crisis creadas por el sistema de acumulación capitalista.
Sin embargo, más allá de la visión práctica que hay sin duda en la solidaridad humana y en la cooperación entre personas (posibilidad de resistir frente al deterioro de las condiciones de trabajo y de vida, así como de crear y administrar recursos de uso común, por ejemplo), hemos querido enfatizar la visión estratégica que, en concreto para las demandas feministas, se encuentra en el seno de la Economía Social y Solidaria (centrada en un cambio de paradigma que sustituya al de la división sexual del trabajo, por ejemplo). Tanto por el modo de organización interna —basada en la horizontalidad del grupo— como por la democracia en sus procesos y los valores que promulga, muchos de los cuales se hacen eco del análisis feminista, la Economía Social y Solidaria tiene el potencial no sólo de generar y mantener empleo por cuenta propia, sino de hacerlo de manera colectiva y en base a criterios feministas.
En este breve recorrido, situaremos de manera concisa las potencialidades que la Economía Social y Solidaria tiene para las demandas feministas de algunas mujeres cooperativistas madrileñas y nos centraremos en una experiencia que contribuye a definir las metas y los desafíos aún presentes en ella: la Red de Economía Feminista de Madrid
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