En la Antigüedad grecolatina existía un miedo ostensible a los muertos que no recibían sepultura ritual porque se creía que no podrían traspasar las puertas del Hades y regresarían al mundo de los vivos en calidad de fantasmas. Dicho temor dio como resultado la historia de fantasmas más influyente de la Antigüedad que sirvió de base estructural para la configuación de los cuentos de fantasmas modernos. Esta historia la escribió Plinio el Joven en una de las cartas de su célebre epistolario y pueden hallarse importantes versiones de la misma en nuestra narrativa aurisecular. El presente artículo analiza dos significativas adaptaciones que del cuento de Plinio hacen Antonio de Torquemada y María de Zayas, quienes lo reescriben integrándolo en el marco y propósito de sus respectivas obras, sustituyendo los elementos espacio-temporales necesarios para su aclimatación a la realidad del Siglo de Oro e incorporando los elementos religiosos indispensables para la justificación del prodigio.
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