El miedo es contagioso. La dictadura franquista, con una brutal represión de las y los docentes a todos los niveles, lo inoculó en el profesorado del que fuimos alumnado. Y ese miedo como una pegajosa secreción se ha quedado adherido a nuestras conciencias y fluye por nuestras actitudes. La llegada de la democracia nos liberó del autoritarismo como modelo pero no de nuestro interiorizado miedo a la libertad. El mismo que impidió una reforma a fondo del sistema educativo de un calado similar al que vivió la ciudadanía y casi todas las instancias del Estado.
La educación, recogiendo la vieja tradición escolástica, se ha convertido en el uno de los más eficaces instrumentos represor de libertades personales con los que cuenta el modelo socioeconómico en el que estamos instalados. Revertir el proceso es complejo para un profesorado que es fruto de la eficaz educación moral de rechazo a la libertad que tan sólidamente instauró la escuela en nuestras conciencias.
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